La madre Angélica deja un profundo legado de amor y cuidado en el Instituto Santa Micaela

La madre Angélica Ibarra ha dejado una profunda huella en su tarea de cuidado en el Instituto Santa Micaela, que forma parte de la Congregación de Hermanas Adoratrices, Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad.

El hogar, que cuidado a adolescentes embarazadas y mamás jóvenes, tuvo en Angélica una servidora incondicional. Con una mirada desde la fe, y con una gran actitud de servicio, supo granjearse el afecto no solo del personal, sino de las jóvenes, que hallaron en ella a una persona siempre dispuesta a acompañarlas en el camino de la maternidad.

Hoy se conoció la noticia de su fallecimiento, que ha causado hondo pesar en la comunidad que la tuvo como protagonista muchos años.

El director del hogar, Pablo Ivires, la recuerda así: “Una de las primeras cosas que me marcó de hermana Angélica fue cómo hizo carne una máxima de Santa Micaela: ‘Yo sé que ni el viaje, ni el frío, ni el mal camino, lluvias, jaquecas, gastos, todo, me parece nada si se salva una, sí, una’”.

“Así vivió y así murió. Comprometida hasta el llanto doloroso cuando no podía ayudar o acompañar a las chicas que acudían a ella con cientos de necesidades. Eso aprendimos quienes trabajamos con ella, ese fue su legado en este Hogar que hoy la despide en el convencimiento que Dios premia a los justos que luchan en la defensa de los más necesitados”, evocó con emoción.

Angélica nació en Santiago del Estero en 1943. Tucumana convencida desde que llegó siendo niña a  la Provincia, ingresó en la Congregación de Religiosas Adoratrices en el año 1965

Fue directora de dos Institutos dependiente del Ministerio: del Instituto Adoratriz de Protección a la Joven desde 1987 al 2000 y del 2004 al 2009, cuando se hizo cargo del Hogar “Santa Micaela” donde ejerció la función hasta su jubilación en 2016.

Luchadora incansable por los derechos de las mujeres y niñas, apasionada en esa defensa llegó a pelearse, en plena dictadura, con quienes tenían el poder en ese momento ante la decisión de dejar a las chicas, a las que acompañaba la comunidad religiosa, sin alimentos.

Entonces no existía el actual convenio, que fue uno de los frutos del regreso de la democracia y a instancia de ella en el año 1987 y que se ocupó de actualizar en 2014.

Luego de jubilarse, y a pedido de su superiora, continuó el servicio a “sus chicas” en la ciudad de Buenos Aires, donde ahora entregó su vida consagrada al servicio de Dios y sus hermanas  más pequeñas: niñas y mujeres pobres y vulneradas en sus derechos.

Una enfermedad se llevó su vida, pero su legado permanecerá perenne en el hogar, y en las niñas que han tenido en la religiosa una verdadera madre.

El Ministerio de Desarrollo Social quiere homenajear su memoria.