Virginia Posse es una mamá singular. Hace cerca de 4 años tomó una decisión que marcaría definitivamente el rumbo de su vida. Decidió ser madre adoptiva. Pero no de uno ni de dos. ¡Sino de seis niños!
Hasta aquí, una particularidad cuantitativa, pero que tiene su correlato cualitativo. Los seis (todos varones) son hermanos.
“Ser mamá es una bendición y dentro de la forma que soy madre a través de la adopción, le da otro sentido, como más de elección y de fe”, explica Virginia.
Afirma que “cuando uno adopta un niño, ellos ya tienen una historia y hay que tratar de ensamblar esa historia con la de la familia nueva que formen y respetarla”.
Explica que “en mi caso, fueron seis hijos, de edades diferentes, que habían estado viviendo separados, lo que fue un desafío pero para mí, es un acto de fe”.
“En un principio, íbamos a adoptar a dos de los chicos, pero cuando nos dijeron que nadie adoptaba al resto de los hermanos, lo hablamos con Matías y pedimos que nos otorguen en adopción a los seis”, recuerda.
Virginia es médica, vive con su pareja Matías en el barrio Sur de la Capital tucumana, y no desconoce complejidades, las asume.
“La Jueza aceptó que adoptáramos los seis hermanitos y los llevamos a casa, teníamos en ese momento una sola habitación y la primera noche armamos como un campamento en el living y todos quisieron dormir juntos ahí”, evoca con alegría.
Con convicción agrega que “sabíamos que era lo mejor para ellos, el más grande tenía doce años y el más chico, tres”.
Cuando se supo la acción de Virginia, recibió acompañamiento del Ministerio de Desarrollo Social, a través de la subsecretaría de Atención a Familias en Riesgo Social y mereció la atención de distintos medios periodísticos. Y también una Historia de Cerca, que se puede ver AQUÍ.
Pasaron cuatro años
Las particularidades del principio se superaron en poco tiempo, y Virginia vive un presente que define como venturoso.
“Mi hijo adoptivo más grande –tiene además un hijo biológico mayor- tiene 16 años. Es un adolescente ejemplar y tras haber pasado cuatro años de tenerlos me siento más segura en el rol de mamá de ellos y estamos felices y tranquilos”.
Reconoce que al principio fue todo un desafío. “Yo pensaba que iba a ser más difícil. Cuando los adoptamos, el mayor tenía conciencia de su mamá biológica pero el impacto positivo ha sido inmediato, ellos nos adoptaron a nosotros”.
Cuenta que lo que más costó fue la adaptación de la organización, relacionada por ejemplo, con la escuela, clubes, psicólogas, maestra particular, fonoaudiólogas, y maestras integradoras.
“Ellos son muy afectuosos, demandan mucho cariño, pero después de los tres primeros meses nos adaptamos, era nuevo para nosotros y para ellos”, afirma Virginia.
Como balance de su decisión, dice sin vacilar: “Es lo mejor que me pasó en la vida, ha sido una decisión valiente”.
Virgina se anima a sugerirles a las personas que desean adoptar, que tengan en cuenta a los adolescentes cuando surjan propuestas.
“A veces hay prejuicios para adoptar adolescentes, pero de mis seis chicos el más cariñoso y colaborador resultó ser el mayor, su ayuda fue fundamental para que el resto me acepte como su mamá y le ha puesto el hombro a la familia”, manifiesta.
“Adoptar un adolescente puede ser la experiencia más bendecida y agradezco a Dios que estos ángeles hayan venido a enorgullecer a nuestra familia. Estoy muy feliz”, concluye.
Sin duda, hoy será un día especial para ella.